Me pasó el verano pasado una historia con un amigo que vive en Irlanda al que llamaré Anacleto para proteger su identidad.
Anacleto es la típica persona a la que le gusta el protagonismo de cojines: quiere parecer el más ocupado del vecindario y el más importante de la mesa.
(Todo lo “ocupado” que puede estar alguien que trabaja por cuenta ajena y pliega a las cinco, sin hijos ni familia a la que cuidar)
Anacleto es de los que necesita reservar mesa y mantel cada vez que tiene que contarte algo, incluso si es tan interesante como que en el supermercado había cola para comprar huevos.
El caso es que cometí un error indigno de un copywriter “serio”:
Anacleto estaba pasando aquí el verano, a 150 km de mi ciudad, y en julio comencé a preguntarle que a ver si nos veíamos y cómo:
«Uf neno, a ver porque tengo jaleíto. Ando liado»
Le escribí un par de veces más y él erre que erre, que andaba ocupado paseando al canario y tal.
Hice un último intento a finales de julio y como ya lo conozco, lo mandé a tomar por culo.
Vamos, que le dejé espacio.
A finales de agosto y unos días antes de volver a Irlanda, me escribió para vernos.
Entre que me apetecía un cuerno moverme y lo frito que estaba de sus negativas, le dije que no podía quedar.
Empezó a insistirme:
«¿Quedamos mañana?»
«Uf imposible, me toca pasear al ornitorrinco»
«¿Y si te coges un tren mañana y quedamos en un punto medio?»
«Qué va, justo se me acabó la leche y tengo que ir al supermercado mañana»
Anacleto vio que no cedía y decidio mover el culo:
«Ok, me cojo el coche esta noche y me acerco a cenar contigo, luego vuelvo»
Te cuento esto porque igual estás mostrando necesidad a tu lector para que te compre y ahí se pierden muchas ventas.
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