Hoy sales a cenar y luego a bailarrrr.
Con tu pareja.
Con tu crush.
Con tu ligue del Tinder.
O del Grindr.
O con tus amigos, quién sabe.
Parece que te toca ir de compras a buscar una camisita y un pantaloncito.
¿O quizás un vestidito?
Entras en la tienda, coges unos cuantos looks y te vas al probador.
Te los pruebas de uno en uno:
Uy, demasiado serio.
Ais, demasiado soso.
Aquel, demasiado formal.
¿Y el otro? Demasiado informal.
Nada te convence y te das otro paseo a ver qué encuentras.
Pillas otro vestidito. O puede que otro pantaloncito.
Y vuelves al probador.
Te lo pones y te miras al espejo.
«Oi oi oi.
Menudo estilazo, madre mía.
Vaya cuerpazo me hace este look.
Menudo bombonazo, pedazo pibonazo.
Qué clase por favor. Es imposible que alguien luzca esto mejor.
Lo difícil esta noche va a ser no triunfar como vaya así.
Qué porte, qué elegancia.
Se nota a leguas que lo diseñaron para mí»
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