Recuerdo aquella noche en Omán volviendo de trabajar como si fuese ayer.
Era septiembre de 2018 y volvía en coche del aeropuerto con algunos “pakis” hacia el hotel, como mi compi Daniel llamaba a nuestros amigos pakistaníes que trabajaban con nosotros allí.
Aquella noche nos los llevábamos al hotel por primera vez para ahorrar tiempo, pues después íbamos con ellos a cenar al pueblo para despedirnos.
Al día siguiente volvíamos a España y no los volveríamos a ver.
Aparqué el coche delante del lujoso apartahotel de Dani, donde muchos de ellos ya estaban esperándonos.
Lo que vi dentro, me sobrecogió y me hizo sentir miserable.
Había quince personas adultas con sus túnicas, sus ropajes y sus barbas sonriendo como niños.
(Nosotros en bermudas y con la barba pelada como el culo de un mandril)
Estaban todos como un niño con zapatos nuevos… aunque descalzos:
Tenían miedo de manchar aquella moqueta que cubría el suelo de un apartamento 5***** de 150€/noche.
Recuerdo que solo tres o cuatro de ellos hablaban inglés, el resto nunca super en qué idioma hablaban.
Supongo que a veces las palabras son lo de menos.
Mientras les miraba, pude sentir que era la primera vez (y quién sabe si la última) que estaban en un sitio así.
Aunque no quise preguntarles (y de hacerlo, no me habrían entendido), aquellas personas estaban viviendo una de las noches más especiales de su vida.
Ellos solo querían reconocimiento, se estaban sintiendo importantes.
Te lo digo porque si escarbas profundo, puede que tú o tu cliente estéis buscando lo mismo.
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