Imagina que vas de compras a ZARA.
Entras en la tienda y ves cómo se acerca a ti sigilosamente uno de los dependientes.
Te da las gracias por la visita.
Por dignarte a mirarle.
Por estar a dos milímetros de su piel.
Por rozar su boc… ok, igual esto es pasarse.
Entonces el dependiente te pregunta si necesitas algo.
Y tú le pides una talla de camiseta que no encuentras.
Te la trae del almacén y te vuelve a dar las gracias.
(Tú aquí empiezas a agobiarte de que sea tan cansino)
Te la pruebas, no te sirve y la pides otra.
Te vuelve a dar las gracias.
Tanta sumisión te hace sentir incómodo y te largas.
Y cuando estás saliendo por la puerta, te dice: «¡Te vamos a echar de menos!»
Esta escena que en el mundo real te puede parecer un poco rara, es muy habitual cuando te das un paseo online.
La ves cada vez que entras en una web y lees: «¡Me alegra que estés aquí!»
O cuando te suscribes a una lista de correo y te dicen: «¡No te enviaremos spam, solo contenido de valor!»
Incluso cuando te desuscribes ves esa sumisión: «Sentimos que vayas. ¿Qué podemos hacer para que te quedes?»
Qué pereza.
Volviendo a la escena inicial:
Cuando vas a ZARA, el dependiente te saluda al entrar y te deja que mires tranquilo, como mucho te dice que le avises si lo necesitas.
Si necesitas su ayuda, le llamas. Luego si quieres, compras.
Y cuando vas a pagar, quien te cobra, te da las gracias.
En el mundo online te conviene ser igual de natural y si quieres aumentar las posibilidades de que te compren, puede ser buena idea que te suscribas a mi lista.
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