Hay algo que nunca me ha entrado en la cabeza ni creo que lo haga nunca:
El Black Friday.
Lo primero, es que no entiendo la necesidad de consumir porque lo digan unos americanos.
Pero mucho menos entiendo que la mayoría de negocios tiren sus precios quitándose valor y compitiendo con toda su competencia que hace lo mismo.
Si eres Jeff Bezos y puedes permitirte el lujo de ir a pérdidas, genial, haz descuentos.
Si eres el Corte Inglés y vendes televisores como churros, genial, haz descuentos.
Pero para casi todos los mortales, hacer descuentos tiene tres problemas.
El primero, que tomas por el pito del sereno a los clientes que te han pagado un precio superior por tu producto y han confiado en ti antes que el resto.
Si tu credibilidad y fidelizar a tus clientes te da igual, haz descuentos cada día. Si no, no es algo que te recomiende.
El segundo, que estás desesperado por vender.
Y el tercero, que no hace falta que te compren el resto del año porque vas a rebajar tus precios de vez en cuando.
Cada vez que haces descuentos, estás mandando un mensaje a tu mercado:
Que tienes miedo de vender (o que no vendes)
Que tus productos no cuestan lo que pides
Que tu trabajo no merece la pena
Que no eres suficiente
Tengo una lista de correo a la que mando consejos diarios de copywriting y ventas.
Si quieres ganarte el respeto de tus futuros clientes sin caer en descuentos ni inventos, igual te apetece suscribirte.
Si no te interesa, no me dejes tu email abajo.